Vivir de espaldas al mar

Con motivo del DÍA MUNDIAL DE LOS OCÉANOS, os compartimos este artículo publicado en el magazine Sakonean del fotógrafo Josepa Bontigui @sakonean

Vivir de espaldas al mar

Los Objetivos de Desarrollo Sostenible

En Septiembre de 2015, aparecieron por primera vez en escena, una serie de objetivos a modo de “guía de navegación” para poder salvar al planeta ante la amenaza del cambio climático. Se trata de los Objetivos de Desarrollo Sostenible. 17 objetivos con 169 metas que abarcan las esferas económica, social y ambiental. Son la guía para encauzarnos hacia un futuro mejor. Hacia un futuro sostenible.

Estas tres dimensiones están interconectadas. Nuestra economía y sus sistemas productivos y de consumo tienen un impacto tanto en el medioambiente como en la vida de las personas. Todo está conectado, como el océano, que en realidad es sólo uno. Somos interdependientes y esta es la gran lección de los ODS.

La Agenda implica por tanto un compromiso común y universal y aquí es en donde reside el gran reto. Ponernos de acuerdo, caminar juntos, dialogar, empatizar y tejer redes de acción. La necesidad de colaborar para que esto suceda ha quedado reflejada en el ODS 17: Alianzas. “Fortalecer los medios de ejecución y reavivar la alianza mundial para el desarrollo sostenible”. Lo que implica este objetivo es que para lograr regenerar el sistema y construir un futuro posible debemos actuar con responsabilidad a todos los niveles, los gobiernos, el sector privado, los científicos, el mundo académico y la sociedad civil.

El Efecto Mariposa

El conocido “efecto mariposa” implica que, si en un sistema se produce una pequeña perturbación, podrá generar un efecto considerablemente grande a corto o medio plazo. Es un concepto científico de la Teoría del Caos. El ejemplo de la mariposa propuesto por Edward Norton Lorenz en 1963, facilita de una manera poética y accesible, comprender la interconexión de todas las formas de vida existentes. La idea subyacente es la siguiente: es necesario entender el planeta de una manera holística.

La actual crisis del COVID nos pone delante esta evidencia. Lo que sucede en un mercado de una remota población China puede tener un efecto global. La insostenibilidad del mundo que hemos orquestado se hace patente. Los científicos nos avisan que cuando destruimos las barreras naturales que protegen a la especie humana de los virus sucede lo que actualmente estamos viviendo, la aparición de una nueva enfermedad humana de origen zoonótico que se propaga como la pólvora en un mundo globalizado. El progreso socioeconómico del siglo pasado se ha basado en una explotación insostenible de los recursos naturales y continua esta inercia para responder a las demandas de energía y alimentos de origen animal de una población en crecimiento. Esto tiene un alto coste en nuestros ecosistemas y sus implicaciones son de gran alcance para nuestra salud. Necesitamos pisar el freno y repensar nuestros sistemas. El frágil equilibrio está roto. El sistema hace aguas.

El océano

Y a propósito de aguas, hablemos del océano. Su importancia en la mitigación del cambio climático es enorme, absorbe alrededor de un tercio de las emisiones del CO2. Existe un ODS dedicado a la protección de nuestros mares. El ODS 14 que busca conservar y utilizar de forma sostenible los océanos, mares y recursos marinos para lograr el desarrollo sostenible. El ecosistema marino es necesario para la salud global. El mar, el océano, ese vasto paisaje de agua es el gran desconocido, y del que solo alcanzamos a ver el pequeño margen de litoral que nuestra vista alcanza. Siempre salpicado de cierto misterio sobre todo si como yo eres gallega y has crecido mirando al Atlántico. El sentimiento identitario de mi comunidad está incontestablemente unido a este océano, bañando el alma gallega de salitre. Pero más allá del romántico conector con el mar para una persona de costa, porque es obvio que el paisaje se convierte en una seña identitaria profunda, la realidad es que en nuestras modernas sociedades existe una gran desconexión con el mundo natural y con el paisaje que nos conforma. Es lo que se ha bautizado con el nombre de “Nature Déficit Disorder”.  Si no sabemos lo que sucede en la naturaleza ¿cómo podremos adquirir conciencia de que nuestras acciones cotidianas tienen un impacto directo en el ecosistema? ¿Entendemos realmente las consecuencias de la crisis climática?

El océano está amenazado. ¿Somos conscientes realmente de lo qué sucede? El problema de los plásticos es si cabe la cara más visible, consecuencia del uso descontrolado del mar como un simple e invisible vertedero, pero hay muchos otros problemas directamente relacionados con nuestras acciones que posiblemente sean desconocidos para muchas personas. La absorción de los océanos del CO2 además de ayudarnos a mitigar los efectos del cambio climático, produce también efectos no deseados. La acidificación del mar es uno de ellos. El efecto más importante parece ser el de la reducción de la calcificación lo cual afecta a especies muy sensibles a este proceso como son los moluscos, erizos y estrellas de mar y pone en riesgo a especies y ecosistemas marinos de vital importancia como los arrecifes de coral, que constituyen fuente de proteína para numerosas especies. Este proceso de corrosión y de aumento del nivel de acidez en el mar, avanza a ritmo más rápido que en cientos de miles de años y un gran número de especies marinas pueden acabar extinguiéndose local o globalmente. Y el colapso de una especie puede acabar con otras, es el llamado efecto dominó. Las alas de la mariposa batiendo. No lo vemos, no somos conscientes. Pero esto está sucediendo delante de nosotras. El aumento de la temperatura del agua y su consiguiente impacto en la biodiversidad es otro factor que incide en la salud de nuestros ecosistemas marinos y está asociado a la proliferación de especies invasoras y de enfermedades marinas. Esta circunstancia puede forzar la migración e incluso la extinción de una o varias especies. Por citar un ejemplo, hoy en día podemos ver al tiburón blanco en zonas tradicionalmente demasiado frías para él. Y el aumento de casos de cólera y gastroenteritis por consumo de agua y marisco contaminados por especies patógenas, constituye hoy en día un problema sanitario. En el Mediterráneo, el ascenso de la temperatura se nota más que en otros mares y océanos, por el hecho de ser casi cerrado y nuevas especies van entrando por el Canal de Suez y por el estrecho de Gibraltar colonizando nuevos hábitats. Y en la Antártida, el pingüino emperador necesita del hábitat de hielo marino para su reproducción, y la disminución de este les está afectando muy negativamente. Además, el deshielo de los polos pone en peligro la integridad estructural del planeta, afectando al sistema global de corrientes oceánicas que regula en gran medida la temperatura de la Tierra. Estos son solo algunos datos. La situación es insostenible. Lo sabemos, lo hemos escuchado antes. Y aún no hemos terminado. La sobrepesca es la otra gran amenaza para la salud de nuestros mares, que sin duda avanza como una apisonadora. Un último dato que aporta Greenpeace: la abundancia de las poblaciones de grandes predadores como el bacalao, el atún y el pez espada ha disminuido un 90% por culpa de la sobrepesca. Si seguimos pescando al ritmo actual, los científicos estiman que en 2048 habrá desaparecido cualquier pez en el mar.

Estos problemas que amenazan a nuestro océano inciden en la pérdida del equilibrio de los ecosistemas marinos y aunque suceda lejos de nosotros tiene un impacto directo en nuestra salud. El equilibrio está roto. Los científicos alzan la voz, sólo hay que querer escucharles y comprender que esto está sucediendo ahora y que está en nuestras manos hacer algo. Es imposible preveer las consecuencias con exactitud pero teniendo en cuenta que el 50% de la población mundial vive próxima a los océanos y que un gran número de personas dependen de él para vivir y para alimentarse, es fácil darse cuenta que el impacto en nuestras vidas será tan desastroso como para muchos de los seres que habitan en los océanos.

Sin embargo, continuamos como si nada sucediese

Pero, tras estos datos, uno no puede no hacer más que preguntarse, ¿por qué ignoramos esta cruda realidad? Posiblemente porque hemos vivido bajo la falsa sensación de que el progreso, la ciencia y la economía nos han facilitado el estilo de vida contemporáneo que nos merecemos como modernos habitantes del siglo XXI que somos. Pero no nos engañemos, esta manera de vivir, de producir, de consumir y de alimentarnos no es viable. No es sostenible. Hemos cruzado la raya.

Vivir de espaldas a la naturaleza es otra de las causas que nos mantienen “seguros” en esta burbuja. Estoy convencida de que las personas que desarrollan vínculos significativos con el entorno natural son personas proclives a asumir co-responsabilidad en la regeneración necesaria de un sistema fallido y cambiar hábitos con mayor facilidad.  El llamado trastorno de déficit de naturaleza es la idea de que los seres humanos, especialmente los más pequeños, pasan menos tiempo al aire libre y por tanto este cambio tiene como resultado una amplia gama de problemas de comportamiento. María Jesús Iglesias, bióloga de la Universidad de Vigo explica este concepto con este gráfico ejemplo: “si un hombre de 70 años sale al campo hoy, reconocería el canto de varias especies de pájaros; un niño de hoy, ninguno”. Es una realidad que la sociedad tecnológica en la que vivimos nos insta a pasar más horas delante de nuestras pantallas, en nuestras superpobladas ciudades. Y esto como vemos genera una alienación del mundo natural, con un impacto mucho más grave de lo que creemos en nuestras propias actitudes y hábitos. Es necesario conocer y apreciar la naturaleza desde la infancia para poder respetar y cuidar. La concienciación es imposible si nuestro propio ecosistema nos resulta ajeno. Necesitamos volver a contactar con el medio natural. La secuencia de acciones que nos permitirán lograr con éxito ese contacto es la siguiente: conocer y disfrutar para poder así apreciar y respetar lo que nos llevará a cuidar y proteger de nuestros ecosistemas naturales terrestres y marinos.

La sostenibilidad por tanto implica madurez, ser conscientes de que nuestros actos tienen consecuencias y de que formamos parte de un delicado entramado de relaciones causa efecto.  Se trata de ser realistas, constructivos y propositivos. Nunca tanto como ahora necesitamos hacer pedagogía eco-social. Es momento de quitarse la venda de los ojos y asumir nuestra responsabilidad como colectivo humano. El reto es evidente pero el mensaje, contundente. Todos debemos actuar para alcanzar las metas globales. Es posible, tenemos capacidad para hacerlo. Nos va la vida en ello.

Carmen Riestra Puga

Arte, cultura y sostenibilidad en Quiero.